16/8/11

Después de "Primos", "Amigos". La misma (poca) gracia. El mismo éxito.

¿Qué le pasa al cine español? ¿Y al público? No sé si será cosa del marketing, o de un público cada vez menos exigente, pero resulta que películas como “Primos” o “Amigos” (que no hagan “Hermanos”, por favor), se convierten en supuestos éxitos de público y en “la mejor comedia española del año”. Y servidor no entiende nada. No entiendo las carcajadas del público a mi alrededor, como no las entendía cuando ví la última de Sánchez Arévalo. Porque ni la una ni la otra tiene maldita la gracia. Porque no estoy hablando de tipos de humor, más o menos grosero o inteligente, estoy hablando de humor, así a secas, de su presencia o su ausencia, y la verdad, yo no se lo veo por ningún lado a ninguna de las dos. Pero vayamos con la que me ocupa ahora.
Gamberrada ingenua y blanca sin pizca de gracia, con un ritmo desmayado más cercano a la mencionada “Primos” que a “Airbag”, “Amigos” es tan cómica como su fotografía, inexplicablemente grisácea y mortecina. Ya desde los créditos, se intuye una falta de ritmo y de humor alarmante. La puesta en escena es lamentable, digna de ese medio televisivo que supuestamente pretende parodiar. Por cierto que si alguien esperaba una crítica abierta y ácida al mundo de la televisión, ya se puede ir olvidando, más que nada porque produce “la cadena amiga”.

Sigamos. No hay comedia de situación, ni ritmo cómico, ni sorpresas (salvo por los repetidos e impactantes atropellos, que se pusieron de moda hace tiempo y ya empiezan a cansar), ni una gestión de la información personaje-espectador que favorezca la comedia. Todo el humor se confía a unos diálogos tremendamente flojos y obvios, y hasta extrañamente ingenuos a veces (“Te has pasao…entera”, le dice Alterio a Goya Toledo en un momento del film), y unos gags igual de flojos y fallidos, cuando no simplemente zafios y de un mal gusto irritante, como sucede con la parodia del “caso Farruquito” (bastante desfasada, por cierto).
Y así, entre situaciones absurdas y esperpénticas deshilachadas entre sí, al estilo del peor Torrente y que flirtean, como aquel, con el humor casposo y xenófobo (¿algún peruando en la sala?), el film llega en su tramo final, donde para colmo, nos golpea con una moralina vergonzante, en boca primero de un patriarca gitano al que no sabemos muy bien qué crédito otorgarle, y finalmente de Víctor (Alberto Lozano), el personaje más soso y falto de carisma de toda la función.

Para rematar la faena, el film no sabe ni siquiera morir con dignidad, y ofrece un epílogo, y un giro, y luego un recontragiro absurdo, y al final se suicida con un gag con el que ya se había herido anteriormente.

En fin, entre “poco inspirada” y “de vergüenza ajena”, son muchos los calificativos que se me ocurren. Porque este tipo de películas son las que le dan el mal nombre al cine español, y aun más si les dan premios, como el del público que se llevó en el Festival de Málaga. Así nos luce el pelo.

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