27/1/13

Las ventajas de ser un marginado (2012): interesante y nostálgico drama adolescente

 

“Las ventajas de ser un marginado” ('The perks of being a wallflower') se basa en el libro del mismo nombre, que su autor, Stephen Chbosky adapta al cine y dirige. Charlie, el protagonista, es el marginado en cuestión, hasta que, tras sus primeros y sufridos días de instituto, conoce a dos hermanastros igual de outsiders que el, pero más molones. Ellos le introducen en la “buena música", las fiestas, la droga y la amistad verdadera. Patrick es rematadamente gay, y Sam, claro está, acabará conviertiéndose en el amor platónico de Charlie.

De entrada, y aunque es una de esas pelis que caen simpáticas, he de decir que la historia se apoya en esa falacia (convertida en lugar común del cine y la sociedad del siglo XXI) de que ser diferente, ser un misfit, mola mogollón. Los protagonistas se consideran a sí mismos “juguetes rotos”. Eso sí, son juguetes guapos (Emma Watson, esa cosita encantadora), cools y adorables. Pero ya se sabe, ahora lo que se lleva es ir de outsider, ser diferente, aunque todo el mundo sea igual de diferente. Seamos honestos, ser un marginado sólo tiene ventajas si es en grupito y lo pasas guay de fiesta en fiesta. Pero entonces, eso no es ser un marginado. 
 
Marginados, pero molones hasta decir basta.
 
Casi más dramática que cómica. En fin, moralinas aparte, el film es una mezcla extraña entre comedia de instituto y drama de adolescencia con protagonista atormentado que en algún momento recuerda al Timothy Hutton de ‘Gente Corriente’ (Roberto Redford, 1980), aunque en honor a la verdad hay que decir que pesa más lo primero, también es cierto que tiene un cierto poso amargo. Como peli de instituto es más madura (y los protas menos hostiables) de lo que podríamos pensar a priori. De hecho, no estamos ante un film adolescente al uso. El target es un espectador más crecidito y nostálgico de su adolescencia. De ahí, quizá, el poso amargo.

Un sutil ejercicio de nostalgia. Sin duda uno de los puntos destacables es su ambientación atemporal. Los personajes visten de forma más o menos actual, pero llama la atención que intercambian mixtapes (cintas de cassette con recopilaciones grabadas por uno mismo, ¡yo de esas hice unas cuantas!) o singles de vinilo. Además, la banda sonora (en lugar de a Kesha o Taylor Swift) remite al rock de los 70 o incluso al pop de los 80 y hay un homenaje a esa obra de culto que es ‘The Rocky Horror Picture Show’. Pero no, no estamos ante un popurrí melancólico, esto no es American Graffitti. Entre otras cosas, por que tampoco queda muy claro en que época se sitúa la acción. A Chbosky le importa más la historia que la ambientación, que casi resulta invisible. Por eso quizá se nos pueda escapar que (como me hizo notar Monidala) en ningún momento aparecen ni móviles ni ordenadores, ni Internet. Es como si Chbosky hubiese pensado que esa historia (al igual que la adolescencia de los que pasamos de los 30) hubiera sido imposible entre nativos digitales.
 
"Charlie, si quieres podemos ser follamigos. O mejor, ¿nos montamos un trio?"

Crudeza y profundidad. En un momento de la película, en plena fiesta en casa de la Sam (Emma Watson), Charlie y ella están en su cuarto. Es uno de esos momentos en los que sabes que por fin se van a declarar su amor, y se van a besar. Entonces ella le confiesa que su primer beso fue con un amigo de su padre, y que desde bien jovencita se acostaba con tipos más mayores que ella. Charlie, claro, flipa. Y acaban diciendose “I love you”, pero es un “te quiero” doloroso, y no queda muy claro si es en plan amor o en plan amigo. Esta escena es un buen ejemplo del tono de la película, de cómo cada vez que parece ir directa a estrellarse con el tópico (las novatadas en el instituto, el gay alocado, simpático y leal amigo del protagonista), finalmente lo bordea, haciendo gala de una profundidad, una crudeza y una verdad poco usual en este tipo de películas, lo que hace uno se la puede tomar extrañamente en serio. Otro punto a favor es que no abusa del subrayado, y algunas situaciones (el trauma de Charlie) simplemente se dan a entender sin remarcarlas en exceso.
 
Los jóvenes actores soportan el peso dramático de la historia más que bien, con mención especial para Ezra Miller, que interpreta a Patrick, uno de esos secundarios roba escenas. Y Emma Watson ... qué decir de Emma Watson (por cierto, ¿no se parece a Mena Suvari)? Con su pelito corto a lo garçon y sus rasgos algo masculinos, esta niña es tan guapa que duele mirarla. Pero en fin, ya paro, que podría ser mi sobrina.
 
¿¿Perrrdona?? "¿Rasgos masculinos"? O sea, ¿me acabas de llamar "machorra"?

Una peli realmente interesante. El problema de “Perks…”, quizá, es que se quede en tierra de nadie: que su público objetivo no vaya a verla por considerarla otra peli de adolescentes, y que la generación whattsapp salga decepcionada porque les parezca demasiado naïf, rara y porque no hay petardeo ni macrofiestas.



 
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22/1/13

La banda Picasso (2012): el 'robobo' de la Gioconda


En primer lugar, un consejo: si habéis olvidado ya las clases de Historia del Arte, poneos al día antes de verla. Buscad en la Wikipedia “Pablo Picasso” y “Robo de la Gioconda”. De lo contrario, os veréis arrojados a un universo bohemio de relaciones y de referencias que no sabréis apreciar, porque, entre otras cosas, Colomo es incapaz de introducirnos en él, de presentarlo de una forma comprensible y entretenida. Se da demasiado por supuesto. Pero tranquis, que yo os lo explico.

En 1911, Pablo Picasso y su amigo Guillaume Apollinaire fueron acusados como cómplices del robo de la Gioconda del Museo del Louvre. Las sospechas se basaron en su costumbre de comprar objetos robados del museo por Gery Pieret, un aventurero un amigo de Apollinaire, a quien la policía creía también autor del robo de la Gioconda. Varios años mas tarde, fue detenido el auténtico autor del robo, el italiano Vicenzo Peruggia, un guardia de seguridad del museo que alegó haberla robado para devolverla a su país, aunque parece ser que los motivos reales eran menos patrióticos.

Este hecho sirve de arranque, y de excusa (barata) para retratar a un joven Picasso (interpretado por el semidesconocido Ignacio Mateos) en sus primeros años en Francia, y sus correrías junto a los poetas Apollinaire, Max Jacob y el escultor catalán Manolo Hugué (Jordi Vilches). También se pasean por la historia Fernande, su primer amor, Georges Braque (impulsor junto a Picasso del cubismo), o Henri Matisse, con quien Picasso mantuvo cierta rivalidad.

Colomo reconoce que la versión final del guión está construida por sustracción, es decir, eliminando cosas de las primeras versiones por que no podía incluirlo todo en el metraje. Y se nota. El guión carece de una unidad narrativa, y se dedica a seguir, a la deriva, los hechos de aquel periodo de la biografía de Picasso (su amistad con Apollinaire, el retrato de Gertrude Stein, la ruptura que supuso “Las señoritas de Avignon”, el encuentro con Braque, el robo de la Gioconda, etc.) en un pastiche narrativo à la Colomó que se bifurca continuamente en múltiples líneas a medida que se van añadiendo personajes y hechos sin que la historia acabe nunca de arrancar en ninguna de las direcciones. Una hora de película y uno aun no sabe muy bien de que va, cual es el conflicto, cual es la historia. El robo de la Gioconda no sucede hasta el cabo de una hora aproximadamente. Hasta entonces, idas y venidas de personajes y correrías varias sin objetivo claro ni, por tanto, interés.

 "Uhm...esa Gioconda me está mirando mal...¿nos la pinchamos?"

El film nunca acaba de encontrar un tono, ni qué historia nos quiere contar: como comedia alrededor de la figura del genio no es “Shakespeare in love” (John Madden, 1998), y tampoco funciona como acercamiento dramático al pintor y su fascinante personalidad (tan genial como insoportable, al parecer). Ni siquiera es una película de robos: el robo de la Gioconda queda reducido a un mero ¿McGuffin?, a un gancho comercial sin un peso central en la historia. “La banda Picasso” se acaba quedando en una comedieta ligera sin chicha ni limoná. El Picasso de Colomo resulta un Picasso de comedieta, totalmente olvidable. Su reacción final (spoiler), desentendiéndose de Apollinaire, más que humana,  resulta incomprensible, miserable, por que tras tanta correría de bodevil barato, nos damos cuenta de que no conocemos al personaje, de que no podemos comprenderlo. Por que aunque Colomo se ciña a la realidad de lo sucedido, hay muy poca verdad cinematográfica en su Picasso.

Lo de rodar en un descarado digital una historia como esta también resulta bastante inexplicable. Parece mentira que detrás de la fotografía plana y poco contrastada esté el gran José Luis Alcaine. Y qué decir de la dirección de arte y el vestuario (nominado al Goya, supongo que por reconocer el esfuerzo de documentación y confección), dignos de cualquier capítulo de “Amar en tiempos revueltos”. Todo es tan de cartón piedra, falto de textura, de vida... En fin, lo de la ambientación histórica en el cine y las series españolas da para otro post.

Quizá Fernando Colomo haya inventado un nuevo movimiento cinematográfico, y su nueva película sea un hito como lo fue “Las señoritas de Avignon” para la pintura del siglo XX. Quizá yo sea demasiado obtuso para entender la grandeza de su nuevo film. Porque me siento igual que los primeros artistas y críticos que vieron el atrevido cuadro de Picasso por primera vez: no entiendo nada. Pero debo de ser yo.
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20/1/13

Coriolanus (2010): "Call of Duty. Shakespeare Ops"


Ralph Fiennes debutó en la dirección (y lo digo en pasado por que aunque el film llegué ahora a nuestras pantallas, es ¡de 2010!) adaptando una de las obras de Shakespeare quizá menos conocida por estos pagos: “Coriolanus”, una tragedia romana sobre la caída del poderoso y orgulloso guerrero Caius Maritus Coriolanus.

Caius Martius (Fiennes), es un mando del ejército de un valor inigualable en su defensa de Roma. Sin embargo, el pueblo le considera un “perro” del poder, por su altiva y despectiva forma de tratar con él. Tras ganar Coriola a los volscianos, unos rebeldes liderados por Aufidio (Gerald Butler), Martius es nombrado “Coriolanus”, y es propuesto para senador. Pero Martius es un hombre rudo, un guerrero, y desprecia al pueblo tanto como el pueblo le desprecia a él. Su orgullosa madre (Vanessa Redgrave), quien siempre le alienta en la batalla, le ruega ahora que reconsidere su postura orgullosa y se entregue el pueblo. Sin embargo, Martius es un animal poco sociable, y merced a su inflexible postura y a las intrigas de unos senadores corruptos, se ve definitivamente repudiado por el pueblo y desterrado de Roma. En el exilio, se unirá a Aufidio y los volscianos para saciar sus ansias de venganza contra el pueblo de Roma.

Aviso para navegantes: este es un film extraño, quizá incómodo. La apuesta no es arriesgada por novedosa, sino por extraña. No es la primera vez que se adapta a Shakespeare trayéndoselo a la actualidad, o conservando simplemente la esencia de alguna de sus obras. Aunque pueda parecer fuera de lugar poner como ejemplo ‘El Rey León’ (1994), el éxito de Disney estaba inspirado por Hamlet, pero tenía tanta entidad propia que muchos espectadores ni siquiera conocen ese dato. En cambio, el argumento y los personajes de “Coriolanus” carecen de vida propia más allà de el libreto de el Bardo, y no logran en absoluto (ni siquiera lo pretenden) distanciarse de él.


Perdona, ¿acabas de compararme con "El Rey León"? Chicos...deshaceos de él.

Y es que Fiennes, empezando por el título, adapta la obra ‘a pelo’, sin ocultar el artificio. Mantiene intacto el argumento (incluyendo la estructura política de senadores y patricios) y los diálogos, y simplemente cambia las espadas por los fusiles de asalto, los foros por los platos de televisión, y la Roma de Shakespeare por una Roma difusa, que podría ser una ciudad cualquiera (el film está rodado en Serbia). Es por ello que al espectador desprevenido le puede costar entre cinco y diez minutos entender qué demonios está pasando, al ver unos personajes actuales (el pueblo, el ejército, los políticos), declamando en inglés de la época isabelina.

La arriesgada puesta en escena requiere un alto grado de suspensión de la incredulidad, y la voluntad de entrar en el juego, como sucedía, por ejemplo, en Dogville (Lars Von Trier, 2003). Sin embargo, y a diferencia de aquella, la apuesta de Fiennes resulta (en mi opinión) un error.

El film empieza con una asamblea del pueblo en la que deciden asaltar el alamcen de grano y matar a Martius. Resuenan los ecos de la indignación del 15-M, y uno (desconocedor de la obra) cree que quizá la cosa vaya por ahí. Pero pronto nos damos cuenta de que no, el film empieza a tomar tintes de tragedia clásica con Martius como atormentado protagonista y el pueblo se ve reducido a una masa difusa y voluble, de un simplismo indigno de cualquier intento de paralelismo con la realidad actual. Entonces, si Fiennes no pretende establecer dicho paralelismo, si no pretende hacer una nueva lectura de la obra en claveindignada, antimilitarista, o en cualquier clave actual, entonces cabe preguntarse qué aporta traerse la obra a la modernidad, aparte de un diseño de producción más barato, y la posibilidad de rodar unas escenas de acción a lo Call of Duty, que por otro lado resultan demasiado confusas y sobrecargantes.

El resultado es un film extraño, que se queda en un terreno de nadie. Por un lado, argumentalmente se ciñe demasiado a la obra original, una tragedia clásica, como para generar la necesaria empatía: Martius es un personaje potente, como el de su madre, pero Aufidio no permite a Butler lucirse en exceso (o viceversa) y una Jessica Chastain pre-nominación es poco más que un adorno floral. Por el otro, la puesta en escena carece de los elementos de ambientación necesarios como para hacernos viajar a la Roma que inspiró a Shakespeare (como en las adaptaciones clásicas de Kenneth Branagh) o a cualquier otro lugar interesante (como sucedía por ejemplo en Romeo+Julieta(1996), de Baz Luhrmann). Como dijo Carlos Boyero con gran precisión, "todo lo que sale por la boca de esos hombres que luchan por el poder merece la pena de ser oído, pero las imágenes que lo sustentan son inmediatamente olvidables".

Solo cabe reconocerle a "Mr. Fitness" (Monidala dixit) la arriesgada y noble apuesta elegida para su debut, y la entrega al proyecto que se percibe tras su interpretación de Caius Maritus Coriolanus, una de las más contundentes que recuerdo últimamente.
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16/1/13

Lincoln (2012): retrato crepuescular y excelente thriller político


En 1939. un temprano John Ford filmó ‘El joven Lincoln’, donde Henry Fonda interpretaba al joven abogado Abraham Lincoln recién llegado a la ciudad. El film pertenecería al subgénero judicial, ya que se centra en un caso por asesinato en el que Lincoln, como abogado defensor, ya mostraba dotes de liderazgo y una inclinación casi heroica hacia la la verdad y la justicia. Sin embargo, aquel joven Lincoln mostraba también una cierta falta de escrúpulos al servirse de ciertas triquiñuelas para demostrar la inocencia de su defendido y así salvar su vida. Aquel joven Lincoln y el Lincoln crepuscular de Spielberg comparten al menos tres características: ambas se ciñen a un periodo concreto para retratar la leyenda, ambas son films de procedimiento (judicial el primero, político el segundo) y ambas muestran, cada una a la manera de su tiempo, a un Lincoln complejo y contradictorio. 

‘Lincoln’ no es un biopic al uso sobre la figura del decimosexto presidente norteamericano. De hecho, como el film de Ford, ni siquiera es un biopic. A pesar de las reminiscencias épicas que uno asociaría al binomio Spielberg-Lincoln, el guión del dramaturgo Tony Kushner (‘Munich’), no pretende glosar la vida y milagros de ‘Abe’, sino que se centra exclusivamente en la (sucia) batalla política que libró Lincoln para conseguir la aprobación en el Congreso de la decimotercera enmienda a la Constitución, por la que se abolía definitivamente la esclavitud. Dicha enmienda chocaba, en un complejo juego de intereses políticos, con el fin pactado de la guerra entre el norte unionista y el sur confederado y esclavista.

Spielberg (que vuelve al tema de la esclavitud, tras la infravalorada Amistad, 1997) parece empeñado en evitar, hasta cierto punto, la retórica de los grandes ideales, y prefiere centrarse en las batallas dialectales y en la ‘fontanería’ política (incluida la compra de votos) desplegadas por Lincoln para conseguir el número de votos necesario para la aprobación de la enmienda. Spielberg despliega su habitual e infalible brío narrativo, haciendo de Lincoln un ágil thriller político condensado en el tiempo, más entretenido que épico, pese a la inevitable trascendencia del material que maneja. ‘Lincoln’ es, salvando las distancias, como un capítulo decimonónico de “El Ala Oeste de la Casa Blanca”.

Lejos de la hagiografía, Spielberg hace un retrato ‘lincoliniano’ poliédrico, complejo, fascinante y lleno de sombras, ayudado por la fotografía tenebrosa de Janusz Kaminsky, su colaborador habitual. Estamos ante un retrato postmoderno, podríamos decir, sin heroicismos ni ingenuidades. Un Lincoln crepuscular, taciturno, cuyos andares asemejan a los de un tullido, cuya figura encorvada y voz remiten a la de un enterrador (esa escena en la que, tras saludar a los oficiales de comunicación, se pone su sombrero de copa y se pierde en las brumas), y cuya falta de escrúpulos para conseguir su objetivo, a pesar de la nobleza del mismo, resulta tan patente como sorprendente. ‘Lincoln’ fue, a juzgar por el film de Spielberg, un líder tan noble en sus convicciones como en cierto modo despótico en sus prácticas políticas, alguien para quien el fin justificaba los medios y que, pese su aureola de hombre reflexivo y justo, no dudó en comprar votos o en mentir al Congreso para lograr la aprobación de la enmienda. Tampoco oculta Spielberg sus penurias como marido y su fracaso en la relación con su hijo Robert, conflictos personales que añaden negrura a los espesos nubarrones que se ciernen sobre su figura. 

"Doy más miedo que Drácula y el Hombre Lobo juntos..."

El único punto en contra del fascinante ‘Lincoln’ de Spielberg, por ponerle alguno, podría ser su excesiva tendencia aleccionadora, su abuso de la anécdota con moraleja, que puede llegar a resultar cómico. 

Mención aparte merece la interpretación de Daniel Day-Lewis, premiada con el Globo de Oro. Poco más se puede decir que no se haya dicho ya: simplemente, el actor británico se funde con su personaje. Pese a ser británico, Day-Lewis (apenas reconocible bajo la figura taciturna de Lincoln gracias a un genial trabajo de caracterización, dicho sea de paso), parece haber nacido para este papel. Junto a él, un elenco nada desdeñable en el que cabe destacar a Sally Field, Tommy Lee Jones y David Strathairn, todos excepcionales.

Como el gran artesano que es (¿el John Ford contemporáneo?), Spielberg dirige poniendo siempre las necesidades del relato por encima de su propio nombre, eligiendo siempre el encuadre y el movimiento adecuado, sin virtuosismos, pero con una eficacia total. Solo el final, algo extenso tras la resolución del conflicto principal (la aprobación de la enmienda), añade un subrayado quizá innecesario para una gran película. No lo duden, Spielberg sigue en forma, como lo certifican las doce nominaciones a los Oscar que ha recibido. Veremos si esta vez no claudica frente a ‘Argo’ como en los Globos de Oro.

‘Lincoln’ se estrena en España el próximo viernes 18 de Enero.
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7/1/13

"The Master" (2012): Digamos que...interesante


Lo reconozco, aun a riesgo de que me quiten el carnet de crítico amateur: ‘The Master’ me ha defraudado. Pero no porque sea una mala película: denostarla tan rápido, como muchos espectadores que me acompañaban ayer en la sala, sólo demuestra tanta falta de espíritu crítico como falta de contacto con el espectador medio demuestran los críticos que la encumbran instantaneamente al Olimpo del Cine. Ni tanto ni tan poco. Creo mi decepción responde a una cuestión de expectativas erróneas, y por eso aviso, por si hay alguien tan despistado como yo: si esperáis un film de trama, o incluso un retrato controvertido, con un poquito de mala leche, sobre L. Ronald Hubbard y los orígenes de la polémica Cienciología (religión moderna y típicamente americana con tintes de secta, a cuya iglesia pertenecen, entre otros, Tom Cruise o John Travolta), posiblemente saldréis tan defraudaos como yo. ‘The Master’ sólo se asoma tímidamente a esa cuestión, ya que a Paul Thomas Anderson le interesa más el contexto histórico (el trauma post 2ª Guerra Mundial), y el envenenado juego de relaciones personales que la trama propiamente dicha o el retrato morboso.

El film se centra en el año 1950, en pleno trauma post Segunda Guerra Mundial, el caldo de cultivo de visionarios como Lancaster Dodd (inspirado en Hubbard, fundador de la Cienciología y su precursora, la Dianética) que con sus nuevos métodos curativos, mezcla de psicoanálisis (ciencia) y cuerpo de férreas creencias metafísicas (religión), pretendían aliviar las tensiones y los temores de toda una sociedad afectada de stress post traumático. No por casualidad el conejillo de indias elegido por Lancaster Todd para probar sus métodos curativos es Freddie Quell, un excombatiente que vuelve de la guerra del Pacífico y que no encaja en la sociedad civil, quizá la figura que mejor representa el trauma de toda una nación. Quell es un animal instintivo, furioso y lleno de rabia contra una sociedad en la que no encaja. Joaquin Phoenix, con joroba, hechuras y andares de mulo de carga, hablando casi ininteligiblemente por un lado de la boca, entreabierta en un gesto cargado de desprecio y de rabia, compone desde la introspección un personaje tremendamente patético, doliente. Por su parte, Seymour Hoffman interpreta a Lancaster Dodd, otro tipo de animal, un animal social, un gurú tan carismático como egocéntrico, el perfecto vendedor (¿de humo?), el motivador americano que te atrapa con su speech, pero cuya máscara afable se resquebraja cuando alguien de entre el entregado auditorio osa poner en cuestión su férreo corpus teórico. En cierto modo, su personaje retrata otro prototipo típicamente americano. Hoffman mezcla la grandilocuencia, el bigger than life (en palabras del propio director) con cierta contención de gentleman. El tercer vértice del triángulo es Peggy Dodd, interpretada por Amy Adams, la gran mujer tras el gran hombre, el poder en la sombra, descofiante de la relación de su marido con Freddie Quell, a quien considera un alma errante que no merece la pena salvar.

Estás como una chota, pero me caes bien. ¡Voy a salvarte, chaval!

Para el crítico sesudo y lleno de referencias siempre será más fácil caricurizar al espectador descontento poniéndole una caja de palomitas en la mano, pero yo me rebelo contra esa simplificación: ¿no será que el problema (¿error?) de ‘The Master’ es el mismo que el de gran parte del cine de autor que no consigue llegar al espectador de a pie? Si el autor y el público no comparten los mismos códigos, la comunicación es muy difícil. Y no hablo de meterse en la cabeza de Paul Thomas Anderson (como sí parece necesario meterse en la cabeza de ciertos autores para entender sus diarreas mentales), sino de algo tan simple como que si el contexto histórico y social es la clave de interpretación de la película, si esos personajes sintetizan el contexto, y el contexto es la clave para entender a los personajes, el director no debe presuponer su conocimiento, y debería detenerse un instante en situar al espectador. Por el contrario, Anderson se olvida de todo lo que pase fuera de sus personajes y su entorno cercano, centrándose siempre en las relaciones personales, y olvidando quizá (o es que se la trae al pairo) que no todo su público es norteamericano, ni está familiarizado con los traumas de su país y de aquel momento histórico. 

Por ello, el espectador poco conocedor de este marco de referencia, puede ser que no entienda gran parte del significado del film, cuyo único punto de enganche, de interés, entonces, puede ser esa intensa relación de amor-odio, esa tensión (según Angel Quintana en Cuadernos de Cine) “entre dos seres que se comportan como padre e hijo, maestro y discípulo, amo y criado, hipnotizador e hipnotizado, y que podrían llegar a ser amante y amado”. 

Pero el peligro del enigmatico hermetismo de “The Master” es precisamente ese, que muchos sólo podrán disfrutar (lo que no es poco, pero sabe a poco) del brutal tour de force interpretativo, del pulso entre dos animales de la actuación (entre el instinto y la víscera de Joaquin Phoenix y el clasicismo siempre correcto y depurado de Seymour Hoffman) pero se perderán en los pliegues de un film en apariencia sencillo, pero seguramente más complejo e interesante de lo que muchos seremos capaces de comprender. 
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