11/10/11

"La semilla del diablo": el cine era esto.


Hoy he cazado en La Sexta 3 (todo un chollo de canal para los cinéfilos) “La semilla del Diablo” (Rosemary’s baby, Roman Polanski, 1968). Sí, la traducción del título es demasiado explicativa, pero me gusta, y lo prefiero a una traducción macarrónica del nombre de la protagonista, como hubiera sido lo más probable en aquellos años: “El bebé de Rosa María”.

Tiene algo esta película que, tras varios visionados, me sigue fascinando. He empezado a verla con medio interés, con un recuerdo más o menos claro de toda la trama, y aún así he ido progresivamente volviendo a engancharme a esta joya, hasta acabar pegado a mi sofá. Quizá es que la vi por primera vez en la época en que empecé a apasionarme de verdad por el cine y a devorar clásicos (aunque aún me faltan muchísimos), y por eso me quedó marcada y le tengo cierto cariño. Pero, mucho más allá de eso, y aunque tal afirmación no sea nada arriesgada, creo que es una obra maestra del suspense. Intentaré explicar los motivos por los que me gusta tanto este film:

-          La atmósfera: el film de Polanski no muestra, sugiere. Lo importante no son los sustos (que no los hay), sino la trama y la atmosfera sobre las que se cierne lo terrible del desenlace. Por otro lado, lejos de la actual moda del "thriller psicológico" (ese paraguas tan amplio, esa etiqueta tan pretenciosa como tantas veces vacía), la trama y el suspense son totalmente físicos, carnales (el embarazo, los lúbricos y macabros sueños, el “bebé”), aunque en ningún momento se muestra más de la cuenta. Los sueños de la protagonista son mil veces más inquitantes que cualquier flashback o visión que podamos encontrar en cualquier thriller psicológico actual.

-          El enfoque: No parte de la brujería, del satanismo, sino que se trata de un lugar al que se llega en el desenlace. No nos atiborra con información sobre brujería o satanismo, sino que esta cumple una función determinada en la trama. El film se centra en Rosemary, el suspense nace de la sensación (la suya y la nuestra) de claustrofóbica conspiración, y lo terrible del asunto no es tanto la llegada del demonio o el anticristo, sino la terrible y cobarde traición del marido, posiblemente el personaje que más me inquieta de toda la función.


-       El sonido: a la hora de crear suspense, el silencio es tan importante como la música, de la cual no abusa. En cuanto a los diálogos, lo que no se dice es tan importante como lo que se dice (sobre todo en el caso del personaje de Guy).

-       El ritmo: tiene ESO que tenía el cine clásico y que conservaba hasta hace (me atrevería a decir) unos 15 o 20 años: la trama RESPIRA. El ritmo es pausado y la trama, sencilla, nada pretenciosa e impecable, se desliza lenta pero inexorablemente hacia el fatal desenlace (Dios, me estoy repitiendo un poco con lo del desenlace, pero ahora explico porque), sin necesidad de golpes de efecto ni sustos baratos.

  La iconografía: esa cuna negra, o una demacrada Mia Farrow, con ese corte "a lo Vidal Sasoon" y blanca como una pared (me atrevería a decir que en ciertas escenas se les fue la mano con el maquillaje), vistiendo ese camisón y empuñando ese cuchillo, una inquietante imagen que ha pasado al imaginario cinematográfico.



-       El final: creo que es uno de esos finales que se le graban a uno en la memoria. Si el film es una lección de suspense, el final es una cátedra sobre como liberar esa tensión. Tiene ese final algo de terrible y de grotesco que tiñe de un color macabro todo el resto del film. Es uno de esos finales (como lo es también, por ejemplo, el de ‘El planeta de los simios’ de Franklin J. Schaffner, curiosamente del mismo año) cuyo magnetismo te mantiene en el sofá y justifica otro visionado más.

En fin, espero haberme explicado. Habreis notado que, más allá del film de Polanski, estoy hablando de todo un tipo de cine que ya no se hace. Suerte que siempre nos quedará La Sexta 3.

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