11/5/12

'Monsieur Lazhar' (2011): una lúcida, sosegada y emotiva reflexión sobre nuestros valores educativos y vitales

Una profesora se ahorca en una clase de primaria. Los niños deberán convivir a partir de ahora con ese doloroso recuerdo, con la idea de la muerte, con conceptos que les sobrepasan a su corta edad y que les dejaran, en cualquier caso, una huella indeleble. La política del colegio es intentar olvidarlo todo, alejar a los niños de lo sucedido. Pero el profesor sustituto, el ‘monsieur Lazhar’ del título, un refugiado argelino, cree más conveniente que los niños aprendar a convivir de una forma natural con ello. Tras leer un discurso escrito por una de las alumnas (en una escena apabullante), en el que habla del suicidio de su maestra de una forma tremendamente lúcida y desgarradora, la directora del centro prohíbe a Lahzar hacer copias y distribuirlas, en pos del respeto por la difunta. “¿Y ella, fue respetuosa con ellos cuando se colgó en medio de la clase?”, es la respuesta de Lahzar.

En la anterior escena radica una de las claves de un film que habla sobre cómo gestionar el recuerdo de algo tan doloroso y violento como un suicidio: ¿afrontándolo o enterrándolo? La propensión de Lazhar a exponer el tema incomoda a los padres y demás profesores, poniendo, continua pero suavemente, el dedo en la llaga, violentando unos valores culturales que pretender desterrar la idea de la muerte, negarla.

La otra gran cuestión de fondo del film es su reflexión sobre el sistema educativo (occidental, se entiende). No es difícil suponer la estrategia narrativa del director en este punto: colocar el mensaje central del film no en boca de Lazhar (lo cual resultaría demasiado obvio y moralizante), sino de uno los personajes con menos crédito de la función, de aquellos que uno no se toma demasiado en serio. Gastón, el profesor de educación física (algo así como un gañán a la francesa) se queja lúcidamente: “tratamos a los niños como si fuesen residuos radiactivos”. Esta se revela cómo la idea central del film: ya no se puede pegar, pero en el otro extremo, tampoco abrazar a un alumno, desterrando los sentimientos y la implicación emocional de las aulas. La revelación final del (algo previsible) misterio sobre el suicidio de la anterior profesora acaba de poner el acento en esta problemática. Tampoco se debe educar, tan solo enseñar, como le espeta uno de los padres a Lazhar. Y eso que no dan “Educación para la ciudadanía”…
Al contrario de lo que pueda sugerir su premisa inicial, ‘Monsiuer Lazhar’ no transita por el lado sensacionalista de la misma. Al contrario, el nuevo film del canadiense Philippe Falardeau, lejos de explotar las vías que abre dicha premisa, destaca por su sutileza, apuntando sin subrayar. Por ejemplo, el trágico pasado de Lahzar, que (aunque nos imaginamos) sólo conocemos mediante insertos de su declaración en los juzgados en los que pide el asilo político. O la incipiente e improbable relación entre Lahzar y Claire (Brigitte Poupart), otra profesora del centro que se interesa por él; o la ‘conexión magrebí’ con uno de los alumnos; ni siquiera explota el previsible choque cultural ni las posibilidades cómicas y dramáticas del “pez fuera del agua”.

En cierto sentido, tanta sutileza también juega en su contra, ya que el libreto adolece de los problemas (o convicciones, según se mire) narrativos clásicos del cine de autor europeo o europeizado. ‘Monsieur Lazharno tiene grandes giros, ni unos conflictos demasiados potentes. De nuevo tema sobre trama. El film simplemente sigue una línea pausada, una progresión en la que Lahzar va venciendo los escepticismos de los demás maestros y de los padres, y va ganándose el corazón de los pequeños, necesitados de la calidez y la comprensión que les aporta su nuevo profesor. Y el espectador no puede evitar ir enamorándose de este entrañable profesor, hasta llegar a un final emotivo pero, a mi entender, algo precipitado.

Las fantásticas actuaciones de Mohamed Fellag (abandonando su registro cómico) y los infantes Sophie Nélisse (ojo a esta niña, porque además de buena actriz amateur es una preciosidad) y Émilien Néron, con sendas escenas sobrecogedoras, son las otras grandes bazas de un film impregnado de la personalidad de su protagonista: entrañable, contenido, obstinado y esencialmente bondadoso.

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