El director de 'Training Day' sigue indagando sobre la integridad policial, y el balance sigue
siendo bastante ambiguo, cuando no negativo. Aquí desdobla al mítico Alonzo
Harris (Denzel Washington en 'Training Day') en tres personajes atormentados que caminan sobre la línea que separa el
bien del mal: el veterano Eddie Dugan (Richard Gere) lo hace por pasiva. Acostumbrado
a mirar hacia otro lado, ha construído toda una filosofía sobre la dejación de
sus responsabilidades, y ahora que le queda una semana para jubilarse no va a
hacer lo contrario. Sal Rosario (el casi siempre demacrado Ethan Hawke) es un tipo duro acuciado por su precaria
economía que para proveer a su familia se dedica al peligroso juego de sablear a
delincuentes o quedarse con los botines incautados, lo que le acarrea algún problema de conciencia. Es como si Alonzo Harris y
los años hubiesen corrompido al honrado Jake Hoyt de 'Training Day'. Por último, Clarence
Butler (Don Cheadle, que vuelve a infiltrarse tras la interesante ‘Traidor’),
es ‘Tango’, un agente encubierto de narcóticos que está empezando a caer en el
lado oscuro de la fuerza, y al que le encargan entregar a su amigo y pez gordo Casanova
‘Caz’ Phillips (Wesley Snipes, ¡hacia tiempo que no veía a este negro por el
barrio!).
Con menos 'punch' y más voluntad analítica que 'Training Day',el film avanza lentamente, explorando a los personajes, y con una mirada extensa aunque algo cliché al
típico conflicto “negros controlan la mierda del barrio”, la trama del agente encubierto 'Tango'. Muy al estilo ‘The Wire’, pero cambiando Baltimore por
Brooklyn, con la típica vía de tren bajo la cual tenía lugar la mítica
persecución de “The French Connection”
como telón de fondo. El film tiene fuerza y densidad dramáticas para ser tenido
muy en cuenta dentro del panorama del thriller
policial actual. Sin embargo, el ritmo decae en algún momento por la quizá
excesiva dilación de la trama (el film dura más de dos horas que se antojan
algo excesivas, ya que tampoco es “El Padrino”).
*spoiler*
Y entonces llega el tercer acto, y la cosa empieza a coger
ritmo, y toda la densidad dramática empieza a cuajar a base de tiros. Y se
confirman las sospechas de que Fuqua nos tenía un truco guardado, y como si de
un “Short cuts” policiaco se tratase,
reúne a su tres personajes desdoblados que, como si fuesen uno sólo, (ese plano
en que los tres coinciden tiene mucho rollo)
van a enfrentarse con sus demonios al mismo barrio. Y de ahí al final
contenemos la respiración en una catarsis sangrienta que nos lleva hasta el crudo
desenlace. Efectista quizá, pero notable.
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