8/1/09

Patinazo en toda regla

Solo quiero caminar (Agustín Díaz Yanes, 2008)


Extraño híbrido de película gangsteril tarantinesca y drama coral femenino almodovariano, que no funciona como ninguna de las dos cosas.

Porque el film de Diaz Yanes es desastroso no ya en su propuesta o en su discurso, sino en facetas tan obvias como la descripción de sus personajes, el concepto básico de ritmo cinematográfico o en la dosis de información necesaria para que el espectador pueda seguir y completar el relato.

Para empezar, el guión se olvida de algo tan importante para cualquier película como es describir a sus personajes. Las protagonistas son cuatro mujeres de acción, pero… ¿por qué se dedican a los robos? ¿Cómo han llegado hasta ahí? ¿Quiénes son realmente? No esperen respuesta. El prototipo de “mujer de acción” que se saca de la manga Diaz Yanes requeriría de una explicación de su historial y sus motivaciones y de un cierto discurso que nunca llega. Y así, los personajes resultan, sencillamente, inverosímiles, y el espectador nunca llega a identificarse con ellos. Además, “cuando las cosas se ponen feas”, estas cuatro mujeres son tan torpes que de esa premisa difícil de asumir nacen la mayor parte de unas escenas de acción con tan poco ritmo y estilo que rozan el ridículo en algunos momentos.

El recurso fácil al mafioso poderoso, vanidoso y machista, y a su caterva de matones incompetentes , zafios y cabezas huecas resulta más fácil de digerir para un espectador acostumbrado a ese tipo de cine, aunque no aporte nada nuevo.

El relato también olvida los mecanismos básicos de aporte de información, para que el espectador pueda comprender, completar e incluso anticipar el devenir de los acontecimientos.

Por lo demás, Díaz Yanes se recrea, aunque sin sacarle todo el jugo posible, en la estética de ese México DF tan vital y tan corrupto, tan pintoresco, fronterizo y fotogénico, y en los lugares comunes del cine gangsteril norteamericano moderno. Esto es, mafia, poder, narcotráfico, muchas pistolas y sexo grosero. Pero esto no es Hollywood, y el esquema se reproduce sin apenas pulso, mediante un relato fallido e inconexo en el que el único hilo conductor es el personaje de Gabriel, un Diego Luna a lo Vincent Vega con el encanto de los sicarios con sentimientos y dilemas morales.

En suma, sólo se le puede agradecer a Díaz Yanes la idea de escapar a México para rodar cine español de acción. Lástima que con tan poco acierto, Díaz Yanes le haga un flaco favor a un género lamentablemente casi virgen en la filmografía patria.

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