31/3/09

Lección magistral de thriller

Collateral (Michael Mann, 2004)


Aunque el personaje de Javier Bardem en Collateral, el narcotraficante mexicano Félix Reyes Torreno, prolonga la senda del topicazo del actor latino en Hollywood (senda que siguieron antes y después Jordi Mollà y Luis Tosar), ¿quién hubiera podido resistirse a un guión como el de Stuart Beattie, y a un planteamiento como el de Michael Mann? El resultado de ambos elementos es un lujo de film, que confirma el olfato de Bardem a la hora de elegir su debut en la meca del Cine.



Collateral no es una película de acción más. Es una obra maestra del genero, sin resultar estridente ni pretenciosa. Entra suave como un buen licor y calienta lo justo para mantenerte en tensión durante todo el metraje. Y es suave, elegante y excitante como la sesión de jazz que presencian, a mitad de film, Vincent y Max.


Como la premisa inicial (un taxista “temporal”, con metas más altas para su futuro, debe transportar, contra su voluntad, a un asesino a sueldo de golpe en golpe, durante una movida noche) resulta tan atractiva y original, el film entra de lleno en la acción desde el primer minuto.


Cada personaje que aparece, desde el principio, es relevante, y la presentación de los mismos se produce mediante diálogos que van aportando una información nada gratuita para el desarrollo del film. Además, desde el primer plano, el director nos sitúa, mediante magistrales vistas aéreas, en lo que será la arena de la acción y una protagonista más del film: la ciudad de Los Ángeles, pocas veces tan bellamente retratada, gracias a una magnifica fotografía digital.


A partir del primer giro en la trama (primer asesinato de Vincent / Cruise) y la aparición del detective Fanning / Ruffalo, la tensión va in crescendo, pero Mann sabe mantenerla con buen pulso, sin necesidad de números piromusicales, tan de moda en el actual cine de acción. Aquí la tensión y la acción no provienen de los tiroteos, de una música estridente (al contrario, la banda sonora resulta elegante y perfectamente complementaria), ni de una planificación veloz y deslumbrante, sino que nace del interior de unos personajes perfectamente delimitados y expuestos a situaciones límite, como sucede cuando el taxi, que transporta el primer cadáver en el maletero, es inmovilizado por dos agentes de policía.


El personaje protagonista, Max, resulta tan creíble, tan humano, que la identificación con él es inmediata. Es simplemente un hombre corriente, con sus sueños y sus problemas familiares, que se ve sumergido por una noche al mundo del crímen, algo que le aterra y le asquea. Por ello, Vincent (una gran oportunidad para ver un registro completamente nuevo de Tom Cruise, tanto a nivel interpretativo como de caracterización), mediante unos diálogos magistrales, intenta hacerle comprender su filosofía vital, tan fría como el metal y tan desengañada. Pero en el fondo, podemos acertar a ver el corazón de ese cínico asesino a sueldo, que en el fondo acaba apreciando y respetando a Max por sus valores y su valentía.


Eso sí, cuando los disparos son necesarios, los hay, y Mann los filma con una planificación sencilla y carente de artificio. Pero ese look digital de todo el film les confiere a estas escenas una sensación (aunque parezca un contrasentido) entre la cercanía total y el videojuego. Vean si no cuando Vincent ejecuta a los dos ladronzuelos de su maletín, y juzguen ustedes mismos. A mi me parece impresionante.


El tiroteo puro y duro, casi necesario de cara a la galería, se produce en esa trepidante escena en el selecto disco-club, hacia el segundo tercio de la película. Quizá peca en este tramo de esos “pegotes” de los que tanto adolecen incluso las grandes películas de acción: parece, como mínimo sospechoso que el hasta el momento cauto Vincent, salga indemne del local, que incluso tenga tiempo de cambiar el cargador de su pistola para ajusticiar al mafiosillo de turno, a cara descubierta, delante de cientos de personas, y se vaya de rositas, por mucho que aproveche el desconcierto general. Una cosa es que, como dice el asesino (y experimenta en sus propias carnes al final) “un tipo coge el metro en Los Ángeles, se muere, y su cadáver va paseándose todo el día sin que nadie se de (o quiera darse) cuenta”, y otra muy distinta que uno pueda ir por ahí pegando tiros a diestro y siniestro en un local atestado de gente y salir casi andando.


Pero incluso en esa escena, “fantasmadas” aparte, la coreografía de música (fantástico tema de Paul Oakenfold), luces y disparos es espectacular. Además, tiene otro detalle que me gusta: huyendo de la estructura del relato clásico, aunque que hasta ese momento habíamos seguido también la peripecia del detective Fanning, Vincent se lo “ventila” sin más, sin importarle que el espectador ya le haya cogido cierto cariño al personaje y espere algo más de él. Y no se detiene ni un segundo a lamentar su muerte. Algo así sucedía también en Elephant (Gus van Sant, 2003): mostrar los antecedentes, las motivaciones de un personaje, buscar la identificación del público con él, y luego eliminarlo sin mayor gloria. Como se queja Max / Foxx a Vincent: “ese tipo también tendría mujer e hijos”, pero ese giro inesperado resulta real y cruel como la vida misma. Y la acción sigue.


Es quizá esa crueldad extrema la que motiva a Max a darle un ultimo volantazo al guión, dando el empujón definitivo a la historia hacia un final de infarto contenido, con una secuencia magistral como la del bloque de oficinas a oscuras, que ralla el límite con el cine de suspense.


En definitiva, lección de thriller en estado puro, que echa mano de la escuadra y el cartabón para diseñar un guión sencillo pero magistral, repleto de reflexiones interesantísimas, y del cuentagotas para dosificar la tensión como sólo los maestros saben hacerlo. Imprescindible.

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