3/3/09

Puro artificio oscarizable

Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2008)


Tanto y tan bien había oído hablar de esta película, que no podía esperar a verla. Se postulaba como una de las candidatas a los Oscar (donde finalmente fue la gran triunfadora), y además, me habían hablado muy bien de su guión, algo que para mi la hacía totalmente apetecible.




Sin embargo, la historia de Slumdog Millionaire, tras su apariencia de propuesta original y más o menos independiente respecto a los cánones hollywoodienses, esconde un artificio más que obvio diseñado para arrasar en una ceremonia como la de la Academia nortemaericana. Veamos:


En primer lugar, lo primero que destaca de este film, aquello que lo hace más llamativo, es la inclusión en su argumento del archifamoso concurso “Quién quiere ser millonario”, en este caso en su versión hindú. El recurso a los referentes televisivos hacen la cinta mucho más atractiva para el pueblo llano, de eso no cabe duda.

El film utiliza la participación de Jamal en dicho programa para armar su mecanismo de flashbacks al pasado del protagonista, donde cada pregunta y la consecuente respuesta correcta del chico sirven para explicar un episodio de su vida. Artificio en estado puro. Pero aquí no acaba la cosa: el film también se desarrolla en una tercera linea temporal, el interrogatorio al que es sometido Jamal por parte de la policía, sospechoso de estar haciendo tramapas en el concurso. Una frase de uno de los agentes que lo interroga resume la fragilidad de la premisa inicial del film:


- “Catedráticos, doctores, abogados… han sido incapaces de llevarse el premio. ¿Cómo es posible que un simple perro de chabola sea capaz de acertar todas las preguntas?”


Lo inverosimil del asunto es que algunas de esas preguntas son del nivel de la última, la que cierra (tan bien cerrado, tan al estilo Hollywood) todo el mecanismo:


- “¿Cómo se llamaba el tercer mosquetero?”


Sentado en mi butaca, pensé que yo también podría ser millonario. El resto de preguntas hacen referencia a aspectos de la cultura popular hindú, que servidor desconoce, pero que es de suponer que sí debería conocer un catedrático o un abogado de ese país. Lo que ocurre es que, seguramente, si las preguntas hubieran sido mucho más difíciles, también hubiera sido mucho más difícil justificar porqué en cada episodio de la vida de ese “perro de chabola” estaba la respuesta a cada una de ellas.


Por lo demás, los personajes carecen de la entidad suficiente para emocionar de verdad, salvo recurriendo a la unión entre infancia y pobreza. La historia de amor en el tiempo (el leitmotiv de todo el mecanismo; otro ingrediente que nunca falla) entre Jamal y Látika resulta demasiado plana. Se quieren porque sí, a pesar de los obstáculos, el tiempo y la distancia, aunque apenas han tenido tiempo de conocerse. Además, el hermano del protagonista, Salim, es bueno o malo a conveniencia del guión.


Aún así (o quizá gracias a todo ello), el film tiene ritmo, una buena fotografía y ciertamente engancha, pero con el paso del tiempo no deja ningún poso ni reflexión alguna en el espectador. Además, recuerda demasiado a la estupenda cinta brasileña “Ciudad de Dios”, aunque en versión más amable y digerible para la mayoría del público.


Al final, después de que el chico (millonario o no) bese a la chica, suenan las fanfarrias, llegan los créditos, y entonces descubrimos que, a pesar de la pretendida gravedad de la historia de amor entre Jamal y Látika, todo era broma, un simpático guiño al fenómeno Bollywood, completando así la lista de razones por las que Slumdog Millionaire ha arrasado en los Oscars.

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