En primer lugar, un consejo: si habéis olvidado ya las
clases de Historia del Arte, poneos al día antes de verla. Buscad en la Wikipedia “Pablo
Picasso” y “Robo de la Gioconda”. De lo contrario, os veréis arrojados a
un universo bohemio de relaciones y de referencias que no sabréis apreciar,
porque, entre otras cosas, Colomo es incapaz de introducirnos en él, de
presentarlo de una forma comprensible y entretenida. Se da demasiado por
supuesto. Pero tranquis, que yo os lo explico.
En 1911, Pablo Picasso y su amigo Guillaume Apollinaire
fueron acusados como cómplices del robo de la Gioconda del Museo del Louvre. Las
sospechas se basaron en su costumbre de comprar objetos robados del museo por
Gery Pieret, un aventurero un amigo de Apollinaire, a quien la policía creía
también autor del robo de la
Gioconda. Varios años mas tarde, fue detenido el auténtico autor del robo,
el italiano Vicenzo Peruggia, un guardia de seguridad del museo que alegó
haberla robado para devolverla a su país, aunque parece ser que los motivos
reales eran menos patrióticos.
Este hecho sirve de arranque, y de excusa (barata) para retratar a un
joven Picasso (interpretado por el semidesconocido Ignacio Mateos) en sus
primeros años en Francia, y sus correrías junto a los poetas Apollinaire, Max
Jacob y el escultor catalán Manolo Hugué (Jordi Vilches). También se pasean por
la historia Fernande, su primer amor, Georges Braque (impulsor junto a Picasso
del cubismo), o Henri Matisse, con quien Picasso
mantuvo cierta rivalidad.
Colomo reconoce que la versión final del guión está construida
por sustracción, es decir, eliminando cosas de las primeras versiones por que no podía incluirlo todo en el metraje. Y
se nota. El guión carece de una unidad narrativa, y se dedica a seguir, a la
deriva, los hechos de aquel periodo de la biografía de Picasso (su amistad con
Apollinaire, el retrato de Gertrude Stein, la ruptura que supuso “Las señoritas
de Avignon”, el encuentro con Braque, el robo de la Gioconda, etc.) en un
pastiche narrativo à la Colomó que se bifurca continuamente en múltiples líneas a medida
que se van añadiendo personajes y hechos sin que la historia acabe nunca de
arrancar en ninguna de las direcciones. Una hora de película y uno aun no sabe
muy bien de que va, cual es el conflicto, cual es la historia. El robo de la
Gioconda no sucede hasta el cabo de una hora aproximadamente. Hasta entonces, idas
y venidas de personajes y correrías varias sin objetivo claro ni, por tanto, interés.
"Uhm...esa Gioconda me está mirando mal...¿nos la pinchamos?"
El film nunca acaba de encontrar un tono, ni qué historia
nos quiere contar: como comedia alrededor de la figura del genio no es “Shakespeare in love” (John
Madden, 1998), y tampoco funciona como acercamiento dramático al pintor y su
fascinante personalidad (tan genial como insoportable, al parecer). Ni siquiera
es una película de robos: el robo de la Gioconda queda reducido a un mero
¿McGuffin?, a un gancho comercial sin un peso central en la historia. “La banda
Picasso” se acaba quedando en una comedieta ligera sin chicha ni limoná. El Picasso de Colomo resulta un Picasso de
comedieta, totalmente olvidable. Su reacción final (spoiler), desentendiéndose
de Apollinaire, más que humana, resulta
incomprensible, miserable, por que tras tanta correría de bodevil barato, nos
damos cuenta de que no conocemos al personaje, de que no podemos comprenderlo.
Por que aunque Colomo se ciña a la realidad de lo sucedido, hay muy poca verdad
cinematográfica en su Picasso.
Lo de rodar en un descarado digital una historia como esta
también resulta bastante inexplicable. Parece mentira que detrás de la
fotografía plana y poco contrastada esté el gran José Luis Alcaine. Y qué decir
de la dirección de arte y el vestuario (nominado
al Goya, supongo que por reconocer el esfuerzo de documentación y
confección), dignos de cualquier capítulo de “Amar en tiempos revueltos”. Todo
es tan de cartón piedra, falto de textura, de vida... En fin, lo de la
ambientación histórica en el cine y las series españolas da para otro post.
Quizá Fernando Colomo haya inventado un nuevo movimiento
cinematográfico, y su nueva película sea un hito como lo fue “Las señoritas de
Avignon” para la pintura del siglo XX. Quizá yo sea demasiado obtuso para entender
la grandeza de su nuevo film. Porque me siento igual que los primeros artistas
y críticos que vieron el atrevido cuadro de Picasso por primera vez: no
entiendo nada. Pero debo de ser yo.
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