Con unos llamativos efectos especiales y un atractivo
trailer como carta de presentación, llegaba el segundo filme de Chris Gorak, coproducido
por Timur Bekmambetov, director del taquillazo ruso ‘Guardianes de la Noche’ y
su secuela, ‘Guardianes del día’. Sin embargo, puro fake.
La acción tiene lugar en Moscú, lo que
representa prácticamente el único elemento diferencial de este monótono film,
que confirma el agotamiento de la fórmula “aliens-vienen-a-destruir-la tierra-porque-si”, tan típica de la paranoia post 11-S. A la capital rusa viajan
Sean y Ben, dos informáticos americanos que van a vender su idea de una aplicación
web. Pero un joven ejecutivo sueco sin escrúpulos, Skyler, se les ha
adelantado. Los tres, junto con Anne, Natalie, y toda la ciudad, se verán
sorprendidos esa misma noche por el preceptivo ataque alienígena.
En realidad, este planteamiento resulta totalmente
prescindible, ya que no aporta prácticamente nada, salvo marcar la relación de
los chicos con el ‘tiburón’ sueco que finalmente (¡oh, sorpresa!) resulta ser el
más cobarde. Y sin embargo, es quizá, por una única escena en la que demuestra
cierto arrepentimiento, el personaje más redondo (lo cual ya es mucho decir) de
toda la función. Desarrollo previsible e infantil, (sólo burlado por alguna
muerte que nos pilla por sorpresa y que añade cierta crueldad), personajes
planos y aburridos y diálogos rayanos en lo ridículo que provocaran más de una
carcajada maliciosa en la platea.
Prácticamente lo único salvable del film son sus efectos especiales,
el diseño de los aliens, y su forma de desintegrar a los humanos, ciertamente
lograda e impactante. Eso, y que no abusa de las escenas de acción, sino que
intenta (eso sí, de forma totalmente fallida) construir la tensión mediante la
sensación de aislamiento en una ciudad desolada, de acecho continuo y la
dosificación de los ataques. Pero demasiados clichés, demasiada planicie
argumental como para evitar el bostezo.
¿Y los invasores? Pues resultan del todo indiferentes. No
sabemos nada de ellos, salvo lo poco que van descubriendo los protagonistas
acerca de cómo derrotarlos, y tampoco nos importa demasiado. Ciertamente, lo
más remarcable quizá sea ese escuadrón de soldados rusos a lo Mad Max, en plan
resistencia post-apocalíptica (tan pintorescos como risibles), y el sospechoso parecido
de las armas usadas para combatir a los aliens con las que empuñaban los
míticos Cazafantasmas. ¿Dos guiños a los 80 en esta época de nostalgia vintage?
Un clímax de lo más anticlimático remata este film tan
prescindible como su 3D. Nada nuevo bajo el sol salvo que, a diferencia de en
los 80, ahora los americanos y los rusos son amigos, y todos los rusos hablan
inglés. ¡Maldita globalización!
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